Un cordial saludo para todas en este comienzo de la Novena a María Inmaculada, que con tanta devoción y sentido celebramos en nuestros monasterios. La presencia materna de la “Llena de Gracia” siempre motiva nuestro camino de fe, y queremos prepararnos a su fiesta contemplándola como “Dichosa por haber creído” (cf. Lc 1,45).
Los Evangelios evidencian muy particularmente el itinerario creyente de María como la Discípula que realiza de la manera más íntegra la obediencia de la fe. Desde el anuncio del Ángel, durante toda su vida hasta su última prueba, ella nunca dejó de creer en el cumplimiento de la Palabra de Dios, de escucharla, interiorizarla y acogerla, y la Iglesia quiere seguir sus pasos y aprender del misterio de la fe de María, de su realidad como Madre de Dios y Madre de los Creyentes…
Desde el momento único de su concepción, María es receptora de la plenitud de la Gracia que Dios quiso que residiera en Ella. El Padre pensó en Ella, la llenó de su presencia, la hizo “Tota Pulchra”… Y la vida de María fue una respuesta total al proyecto de Dios. Con su disponibilidad: «Aquí estoy», se dejó hacer y se convirtió en la mujer construida sobre la gracia, llena de Dios, santa e inmaculada. Su realidad no sería tan fácil. Fueron muchas las dificultades que tuvo que superar al afrontar las consecuencias de aquel sí al Señor.
Comenzamos el Adviento, que es un momento significativo del Año litúrgico para la escucha orante. En este tiempo, la figura de María es la que mejor encarna el camino de la preparación a la venida del Salvador. La esperanza de la Iglesia se sustenta en ese “sí” confiado de María, que es ejemplo de vida y de entrega plena a los designios divinos. Que ella nos ayude a escuchar, creer y esperar…
Unidas de un modo especial en la fiesta de nuestra Madre Inmaculada