¡¡¡HA RESUCITADO!!! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

¡¡¡HA RESUCITADO!!! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Domingo de Resurrección, Ciclo A

San Juan 20, 1-9: ¡Abramos los ojos! ¡Ha resucitado el Señor!

      Hoy, la Resurrección de Cristo, esta mañana nos trae una gran alegría: el día eterno que estamos llamados a disfrutar todos. Estamos alegres porque, la victoria de Cristo, nos trae una forma nueva a la hora de entender y comprender el mundo, las personas, la vida, el amor, la justicia, etc.

     Para vivir esta realidad, como el discípulo, hemos de aventurarnos y asomarnos al sepulcro. Es decir; si tenemos ojos para tantas cosas del mundo, ¡cómo no los vamos a tener para asombrarnos ante el acontecimiento de la Pascua de Resurrección!

      ¿Qué existe el dolor? ¿Qué nos sacuden sucesos que enturbian nuestra felicidad? ¿Qué no todo marcha bien? ¡Por supuesto! Pero, la Resurrección de Cristo, nos da la fuerza necesaria para dar luz a esas situaciones. La Resurrección de Cristo está en medio de la situación que nos ha tocado vivir en nuestro mundo por causa de la pandemia. La Resurrección de Cristo no nos resuelve de un plumazo todo aquello que atenta a nuestro bienestar, pero nos sitúa por encima para que seamos capaces de enfrentarnos y darle solución.

     La Resurrección es motivo de esperanza. Porque el horizonte de nuestra existencia, con la claridad de la Pascua, se hace más risueño, creativo, emprendedor y –sobre todo- invitados a disfrutar lo que Jesús para nosotros conquista: la vida de Dios.

     Su Resurrección es una razón para cambiar en aquello que haga falta.  ¿Cómo está nuestra oración? ¿Nuestra relación con los demás? ¿Nuestra vida personal? A la luz de la Pascua,  se ve más necesario que nunca un cambio de actitudes y de forma de ser. A Pascua reluciente, vida resplandeciente. Ojalá alejemos de nosotros aquello que nos impide ser “pascuas” nuevas. Es decir; pasos convencidos, abiertos, generosos, comprensivos, perdonadores, orantes, etc.

     La Resurrección nos empuja a dar testimonio de su presencia real y misteriosa. No nos podemos quedar enganchados a la cruz, ni entre sollozos, recogidos en el sepulcro. Nuestra vivencia de la Pascua nos hace saltar de alegría y, sobre todo, conscientes de una gran misión y de un gran pregón: ¡Ha resucitado! Desde luego, un cristianismo de segunda, temeroso, vergonzante y tímido no es el fruto de la Pascua.

     El abrir los ojos y contemplar el sepulcro vacío implica, además, llenar el corazón de la presencia de Cristo Resucitado. ¿Seremos capaces de transmitir la gran verdad de nuestra fe en todos nuestros ambientes?

     Vemos que la muerte ya no es el final del camino. Y que, por lo tanto, en ese “no final” Jesús nos ha metido a todos nosotros para que tengamos vida y en abundancia. ¿La recogemos? ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!