LA ALEGRÍA DE DIOS QUE VIENE Y SE ACERCA

LA ALEGRÍA DE DIOS QUE VIENE Y SE ACERCA

El Papa nos ha lanzado una llamada a poner en el centro de nuestra vida de cristianos la alegría. EG 1: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de quienes se encuentran con Jesús”. Dice el Papa con insistencia que la alegría del Evangelio es una alegría que procede del encuentro personal con Jesús. En una carta que escribió después a la Vida Religiosa (“¡Alegraos!”) dice que nace de la experiencia de ser “amados, alcanzados, transformados”. Y eso vale no sólo para la Vida Religiosa sino para todos los cristianos. Es la alegría de algo, más bien de Alguien, que se te ofrece gratuitamente como un don antes de que tú hagas nada, algo que simplemente espera ser recibido y que tiene capacidad de transformar la propia vida, de ensancharla, de abrirle horizontes. Y que a nosotros simplemente nos pide dejarnos encontrar, dejarnos alcanzar, consentir a esa cercanía, acoger esa presencia amorosa que se ofrece como compañera de la vida y que invita a descansar en él, a descargar, a respirar, a expandir un poco nuestras vidas a veces tan agarrotadas. Por eso, si la alegría del Evangelio procede del encuentro personal con Jesús, de ese dejarse encontrar, dejar que alguien llegue a la propia vida y la renueve, el Adviento es un tiempo privilegiado para abrirnos a esa experiencia y a esa alegría.

De ahí el título: La alegría de Dios que viene y se acerca, un Dios cuya dinámica es estar cada vez más cerca, estar acercándose siempre. Siempre y “más” (porque siempre cabe un “más”)… Un Dios cuya característica es “estar viniendo siempre”. A este Dios que se acerca, hay que dejarle acercarse. Tal y como es y no como nos gustaría que fuera desde nuestros deseos infantiles. Si acogemos de verdad a este Jesús y le dejamos ser Dios-con-nosotros, si nos decidimos a adentrarnos por los vericuetos de nuestra débil existencia cogidos de su mano, si aceptamos su invitación a caminar desde abajo y en solidaridad con nuestros hermanos… entonces, podremos experimentar su salvación y abrir también espacios de salvación para otros.

Cada Adviento la liturgia de la Iglesia nos invita a hacer una especie de recorrido por la historia del pueblo de Israel como una historia de expectación, una historia dinamizada por el anuncio de un Dios que cada vez está más cerca.

Desde aquí, propongo cuatro aspectos

Para preparar nuestro corazón en este tiempo de adviento:

1) AFINAR NUESTRA CAPACIDAD DE DESCUBRIR A DIOS EN LA VIDA

Nos habla de un Dios que es como la fuerza de la vida que se abre paso una y otra vez incluso en las situaciones más devastadoras; la fuerza que sostiene a tanta gente que resiste y sigue luchando en medio de  pandemia y de situaciones en las que parece que no se puede resistir más y que una no sabe de dónde la sacan; la fuerza de tanta gente que a lo largo y ancho del mundo, en nuestra ciudad, en nuestro barrio… se implica, se empeña y se desgasta también en transformar las cosas y las situaciones a veces con mucho sacrificio y aparentemente con poco fruto.

2) APRENDER A DECIR ¡VEN, SEÑOR JESÚS! DESDE LAS ESPERANZAS DE LA HUMANIDAD, DE LA GENTE.

El tiempo de Adviento es como un indicador que nos señala en una doble dirección: por una parte, nos invita a acoger ya la venida de Dios a nuestra historia en Jesús de Nazaret y su presencia en ella (“El Señor viene”); por otra, alienta nuestra esperanza en su venida plena (“Ven, Señor Jesús”). ¡Ven, Señor Jesús! es el grito por excelencia de la Iglesia en el Adviento. Pero, en realidad, es el grito de la humanidad y el grito de cada persona. Una tarea del Adviento es aprender a decir ¡Ven, Señor Jesús! desde la escucha de los gritos de la humanidad que clama, uniéndonos a esos gritos, haciéndolos nuestros.

3) DESEAR Y PREPARAR EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA.

Creo que sólo después del recorrido que hemos hecho (el Dios-renuevo, con sus signos frágiles y humildes colándose por las grietas de nuestro mundo; la escucha y la acogida de los gritos y esperanzas de la humanidad…) es cuando podemos recuperar las imágenes maravillosas del profeta Isaías con toda su belleza. El banquete que reunirá a todos los pueblos, las espadas trocadas en arados, el desierto transformado en vergel, el lobo y el cordero que pacen juntos…son todo imágenes de lo que esperamos: “Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia” (2Pe 3,13). Este tiempo de Adviento es una oportunidad para seguir alimentando desde la fe la esperanza. Es necesario dejar que ese anhelo se incruste en el propio interior y sentirlo no sólo como un desgarro sino como un motor que nos impulse a transformar la realidad (la pequeña realidad cotidiana de la vida de las gentes, la realidad social…) en la dirección de aquello que esperamos.

4) DEJARNOS ENCONTRAR POR ÉL Y ENSANCHAR NUESTRA CAPACIDAD DE RECIBIRLE.

Para ello, hemos de reconocer nuestra necesidad de él y su deseo de entregársenos sin medida. Recordar siempre que el amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero (1 Jn 4, 18-19). Su amor nos precede. Hemos de dejarnos encontrar, dejarle que se acerque, consentir a su abrazo. Hacernos hueco, vivir la pasividad del dejarse hacer, dejarse amar, dejarse encontrar, dejarse envolver, dejarse conducir, confiarse, abandonarse. Lo más transformador en nuestra vida es la experiencia de recibir y dejarnos hacer. “A veces, Padre, creo adivinar algo de tu gran misterio, como un destello dulce y cegador, ¡tan breve!, ¡tan leve! Sólo alcanzo a eso, a ver agitarse levemente una cortina que no se abre, y siempre lo que entreveo es gozo, gozo puro, infinita alegría. Entonces creo entender, aunque no entiendo nada. Y quisiera exultar: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra. Pero mi voz se ahoga de puro júbilo. Tú lo conoces, yo me callo y después todo pasa. Vuelve a correrse el velo y la vida es, como siempre. Pero he sabido suficiente, sin saber: TU ERES ALEGRÍA”.