LA BÚSQUEDA DE DIOS Y LA VIDA CONTEMPLATIVA

LA BÚSQUEDA DE DIOS Y LA VIDA CONTEMPLATIVA

     La búsqueda de Dios, que es necesaria para todo creyente, define muy bien la vida contemplativa. Hasta el punto de que podemos definir al contemplativo como el que «busca a Dios». Todos los pasos que se dan a lo largo de la vida contemplativa tienen como razón fundamental la búsqueda de Dios y el estar dispuesto a todo para encontrarle. Sin esta búsqueda de Dios, todos los demás elementos de la vida contemplativa carecen de sentido. ¿Para qué sirve la oración, el silencio, la lectio, la lucha contra las tentaciones, el discernimiento o el apostolado si no es porque buscamos a Dios?

     Pero, frecuentemente, la rutina, la mediocridad, los pequeños o grandes fracasos, las propias limitaciones, etc., van haciendo que pongamos la búsqueda apasionada de Dios en un segundo plano y que nos permitamos dedicarnos simplemente a realizar unas tareas, cuidando lo exterior de las mismas, mientras dejamos que se desvanezca esa atracción hacia Dios que es la única razón que sustenta una entrega tan radical como la que supone la vida contemplativa.

     Si no tenemos esa sed de Dios, corremos el peligro de que todo lo que realicemos, por bueno y santo que sea (la entrega,  y hasta la misma oración), se convierta en un sucedáneo de esa búsqueda apasionada, en algo que disimula la sed de Dios y nos da la falsa seguridad de haber llegado a la meta, cuando realmente hemos abandonado el camino de la sincera y arriesgada búsqueda permanente de Dios. En definitiva, resultaría muy lamentable que muchas de las cosas que hacemos se conviertan en un obstáculo para buscar a Dios, no porque sean malas, sino porque en ellas buscamos la seguridad del cumplimiento de un deber de cara a la galería o a nosotros mismos, y no constituyan un modo de caminar permanentemente hacia Dios, buscando su presencia y su voluntad. ¡Cuántos personas se dedican a hacer cosas buenas y santas, y en realidad han sustituido con ese quehacer y esas prácticas el dedicarse a buscar a Dios como él quiere ser buscado!

     Por otra parte, la búsqueda de Dios es la que explica todas las demás tareas y acciones del contemplativo: desde la pobreza a la intercesión, desde el silencio a la lectio, desde la intercesión a la formación. Porque busca a Dios, el contemplativo dedica todo el tiempo posible a la oración, busca el silencio en medio del mundo, necesita de la Eucaristía y de la Palabra, y tiene verdadera sed de vivir como Jesucristo y ser, en medio de su vida secular, pobre, casto, humilde y obediente. Y todo lo que surge de esa búsqueda de Dios será valioso y verdadero, porque encajará con lo que se es, un buscador de Dios.

     La búsqueda de Dios hasta llegar a encontrarnos con él es el objetivo del contemplativo en el mundo, el núcleo de la vida contemplativa. Y a ese núcleo -como en una obra de artesanía- hay que ir pegando todo lo que ayude a «buscar» eficazmente a Dios, y para conservar intacto ese núcleo hay que rechazar, con la energía con la que se poda un árbol dañado, todo lo que impida buscar a Dios con autenticidad y fuerza.

     Podemos aplicar a la vida contemplativa en el mundo la norma que ofrece san Benito para discernir la vocación a la vida monástica de un candidato: «Si verdaderamente busca a Dios»1, es decir, si se siente atraída de tal manera hacia Dios, que tiende hacia él con todo su ser con un movimiento vital de deseo y de búsqueda.

     Para algunos se trata de discernir esa atracción y ese deseo para dedicar la vida a buscar a Dios; pero los que ya han escuchado claramente esa llamada tienen necesidad de volverla a oír y comprobar hasta qué punto encaja su vida con esa sed y esa búsqueda. Se trata de reavivar esa atracción por Dios, para poner toda la vida en función de esa búsqueda de Dios que les define como contemplativos.

     «Me sedujiste Señor y me deje seducir; me has agarrado y me has podido» dice el profeta Jeremías (20,7), y continúa diciendo: «Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo no podía». Se trata de volver a sentir la seducción del Señor, su atracción irresistible, su presencia interior como un fuego inextinguible. Se trata, no sólo de no apagar ese fuego, como se siente tentado Jeremías, sino de avivarlo aunque nos consuma. Entonces no podremos dejar de buscar a Dios.

     Hoy es una buena oportunidad para comprobar si buscamos verdaderamente a Dios, para percibir interiormente esa llamada de Dios a entrar en comunión con él, para avivar la sed de Dios. Es un buen momento para hacer el discernimiento necesario para dejar a un lado lo que está estorbando a ese encuentro y para descubrir lo que cada uno necesita para realizar esa búsqueda de Dios, para pedir la sed de Dios y la gracia de buscarle incesantemente.

     En nuestra tarea de avivar la búsqueda de Dios para vivir con más profundidad la vida cristiana y contemplativa, podemos contemplar a los que aparecen como los buscadores de Dios por excelencia en la Sagrada Escritura. Los tenemos muy cerca de nosotros, son los orantes de los salmos. Cada día oramos con sus palabras que son a la vez Palabra de Dios. Recitar estas oraciones de los buscadores de Dios, tiene que avivar en nosotros la búsqueda de Dios que ellos vivieron y que nosotros queremos emprender con renovado vigor. Meditamos de un modo especial los salmos  para que cuando oremos cada día con la oración de los que buscan a Dios nos podamos empapar de sus sentimientos de confianza