Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra salvación.

Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra salvación.

Adviento, tiempo propio, con espiritualidad propia, con toda una riqueza en sí. El Adviento, por supuesto que es tiempo de espera, tiempo de preparación, de vigilante espera, previos días a la fiesta de la Navidad, el gran acontecimiento del Dios que se hace Niño.

Las cuatro semanas se nos pueden pasar “pérdidas” en esta “preparación” apuntando siempre a un futuro, de cara a la Navidad, que con la mejor voluntad se nos puede por desapercibida la hondura y la riqueza de la espiritualidad del Adviento.

Hemos de ir más allá de su carácter de “introducción” a la Navidad, y ser disfrutarla, a vivirla, a llenarnos de ella, impregnandose de toda la ternura y profundidad de sus textos, incluso, también, de sus sobriedad. Sobriedad que a veces, nos ayudarán las antífonas de  la liturgia de las horas, para navegar en ese inmenso océano de nuestro Dios que toma cuerpo, toma carne… y  HABITA EN NUESTRA TIENDA.

Me llenan y me llegan las siguientes antífonas: “levanta tu mirada, Jerusalén, y contempla el rostro de tu rey, mira tu salvador viene a librarte de tus cadenas”; “…y no soy digno de desatarle las correas de las sandalias”

“Yo te auxilie, dice el Señor, y soy tu redentor, el santo de Israel”; “mira, el Señor viene, el Señor se acerca. Él romperá el yugo de nuestra debilidad”. “levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra salvación” El señor está cerca… no tanto en el tiempo( que ya falta poco para que llegue) sino en el “espacio”, el Señor está cerca…cerca de mí, cerca de ti… cercanía que nos ayudan a VERLE  en la reducción, en la producción; en los éxitos y fracasos;. Él está cerca, acompañando, paso a paso cada situación, gesto, respiración… rompiendo el yugo de nuestras torpezas y meteduras de pata; las cadenas de nuestra debilidad, de nuestro pecado, indiferencias. Se nos invita a levantar la cabeza, alzar la mirada, para ver más allá de nuestros horizontes, para vislumbrar si quiera, esa patera, tal vez cuyo destino es la incertidumbre…el océano de la muerte. Levantemos la mirada y contemplemos el rostro de Cristo reflejado en el emigrante sin papeles y cuyo lecho  son precisamente otros “papeles”: Los cartones de la calle. Cuando decimos Maranata, enviemos una plegaria de amor, desde lo más hondo de corazón. El brindis del champán y del turrón, tendrán mejor sabor y veremos al Niño de Belén muy CRECIDO, mientras anhelamos el advenimiento.