PENTECOSTÉS-2020

PENTECOSTÉS-2020

La Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés, a los cincuenta días de la Pascua. Hemos vivido una cincuentena de paz y alegría por y con  Jesús el Viviente, que ha cambiado la suerte de la humanidad venciendo la muerte.

Este año, esta “alegría” se ha visto un tanto oscurecida con la pandemia que asola al mundo y que también nos ha tocado de cerca, al hacernos solidarias del sufrimiento de tantas personas… Han sido también más de una cincuentena de “confinamiento” con todo lo que esto ha supuesto y supone… Han sido muchos los fallecidos, su soledad, el dolor de los suyos… Todo parece que lo ha ensombrecido este virus pequeño, pero tan dañino.

Si Jesús ha resucitado, vive y nos acompaña… nada puede oscurecer tanta luz y esto hace que en medio de tantas tinieblas y muerte, brille más potente su Luz y su Vida.

Y su luz ha brillado, sin duda.  Todo el bien callado y solidario, toda la entrega de tantas personas y todas las oraciones de creyentes y gentes de buena voluntad, han sido una luz en la sombra, una fuerza del Espíritu de Jesús, que actúa en el mundo.

Somos la Iglesia del Espíritu de Cristo Resucitado y nunca como ahora es el momento de quitar los temores, los miedos y vivir desde la confianza. En medio de un mundo herido y tantas veces injusto y ambicioso, la Iglesia y nosotros en ella,  estamos llamados a abrir todas nuestras puertas y ventanas para que el Espíritu que hemos recibido, se haga extensivo para todo el mundo y toda la creación. Hoy más que nunca, abiertos al espíritu, tenemos que ser “iglesia en misión”, en salida, compasiva, generosa llena de perdón y de sanación para tantos hombres y mujeres heridos y sin sentido….

No estamos solos. En el Evangelio de este tiempo, hemos escuchado varias veces a Jesús que nos dice: “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo” Os conviene que yo me vaya sino, no vendrá a vosotros el Espíritu Él os lo enseñará todo, Él os guiará hacia la Verdad plena” (Jn.16,7-13). Que todas estas promesas  se han cumplido y se siguen cumpliendo a lo largo de la historia, es algo muy evidente.

El Espíritu nos enseña, nos guía, nos acompaña… qué bien resuenan las palabras de la secuencia de Pentecostés cuando las oramos desde el corazón herido, sufriente, gozoso también, por este Consolador que nos asiste. Y nunca como ahora, en estos tiempos duros que vivimos y que todos presagian más duros aún, podemos orar con la Iglesia y con todo hombre esta bellísima oración:

“Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo…Ven, descanso de nuestro esfuerzo, brisa, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos… Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro… Mira el poder del pecado, c

uando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava… infunde calor, doma, guía al que tuerce el sendero… Danos todos tus dones, por tu bondad y tu gracia… Salva   a todos y da tu gozo eterno…

Más ya no podemos pedir… y si nos atrevemos a pedirle es porque somos Iglesia de Jesucristo y Él nos anima y alienta. Sin el Espíritu nada somos ni podemos.

Acogemos una vez más este Espíritu que nos habita, pidiéndole seamos más conscientes de su presencia en nosotros y cada vez que le invocamos: ¡Ven! Afiancemos la fe de que está con nosotros y su presencia nos alienta y conforta. Y cuando no sepamos orar ni qué pedir confiemos: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir como conviene” más el Espíritu mismo intercede por nosotros, con gemidos inefables y su intercesión a favor de los santos

, es según Dios”… (Rm. 8,26-27)