Semana Santa – TRIDUO PASCUAL DESDE LA VIDA CONTEMPLATIVA

Semana Santa – TRIDUO PASCUAL DESDE LA VIDA CONTEMPLATIVA

TRIDUO PASCUAL

Como sabemos, el Triduo Pascual –Viernes, Sábado, Domingo- con la introducción de la Eucaristía vespertina del Jueves, es el corazón de todo el Año litúrgico. Y también de toda espiritualidad cristiana.

La Comunidad contemplativa desde el principio de la Cuaresma tiene delante el horizonte de la Pascua, y vive este Tiempo proyectando a ella su mirada, su corazón.

Afortunadamente, las varias reformas de la Semana Santa han favorecido el penetrar más en el sentido y vivencia del Misterio de Cristo. Hoy disfrutamos del esfuerzo hecho por los pioneros del Movimiento litúrgico en orden a subrayar la centralidad del misterio Pascual.

Muy importante el ver con claridad la unidad dinámica interior del Triduo Pascual, del misterio pascual de Cristo y nuestro. Es que el Crucificado es el mismo que el Resucitado.

El Triduo celebra un único acontecimiento, el paso de Cristo a la nueva existencia a través de la muerte. Ocurre que la muerte ya es victoria. La resurrección es redentora. Pascua no solo es la gloria de la Resurrección, es también el llanto del Viernes Santo, y del Sábado, la mirada emocionada a la Cruz, el ayuno de dos días por el Esposo que nos ha sido arrebatado. Y, a la vez, es esperanza y convicción de que Cristo pasará a la nueva existencia y nos llevará a nosotros consigo.

¿CÓMO VIVE LA COMUNIDAD CONTEMPLATIVA

LA CELEBRACIÓN DEL TRIDUO PASCUAL?

La Comunidad contemplativa cada año tiene mayor conciencia de la centralidad y de la energía transformadora de la Pascua. Y su deseo ardiente es que este sentido de la Pascua pase de la celebración a la vida.

Partiendo de que, como indica la Iglesia, “en el tiempo de Cuaresma los cristianos se nutren más abundantemente de la Palabra de Dios”, la Comunidad contemplativa ha dedicado más tiempo o se ha entregado más asiduamente a la lectura-reflexión de la Palabra de Dios, a la oración y al “ayuno” que Dios quiere (Is 58, 6-7).

En su preparación cuidadosa para celebrar en profundidad el Triduo Pascual, la Comunidad contemplativa relee con antelación la Carta Circular de la Congregación del Culto divino sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales (1988). Se ocupa de la selección y ensayo de los cantos de las diversas celebraciones, así como de que no falte ningún elemento material en orden a una digna celebración.

Es así como la Comunidad entera vibra, desde su sensibilidad concreta y con el amor de “esposa”, ante la proximidad de la celebración de la Pascua. En ésta se hace presente sacramentalmente la fuerza salvadora de la Pascua de Cristo para que cada miembro entre, una y otra vez, con novedad cada año en su dinámica.

UN BREVE ESBOZO DEL TRIDUO PASCUAL

Los judíos celebraban su Pascua con una mirada al pasado (el éxodo liberador de Egipto) y un claro sentido escatológico hacia el futuro (los tiempos mesiánicos).

Los primeros cristianos siguieron celebrando la Pascua judía, pero muy pronto pasaron espontáneamente a darle contenido propio. Todo lo interpretaron desde el “acontecimiento Cristo”: éxodo, cordero, sacrificio, alianza, liberación, constitución del pueblo. Y así la Pascua se hizo “cristiana”, pues descubrieron que Cristo es el verdadero Cordero, el verdadero sacrificio, la verdadera Pascua. Desde esta perspectiva se fue configurando la celebración de la Pascua, desglosándose en dos días, Viernes y Sábado, preparación a la celebración gozosa de la Vigilia.

JUEVES SANTO: recuerdo entrañable de la Eucaristía de la última Cena, en la que se inserta la institución del Sacerdocio, la celebra la Comunidad contemplativa festivamente, y en actitud de unirse a Cristo que anticipa su entrega en la Eucaristía.

Hay Comunidades que destacan en este día la celebración del “mandato nuevo” con una especie de paraliturgia entrañable del amor y perdón mutuo.

La Comunidad contemplativa gusta de acompañar a Jesús en esta noche, velando comunitariamente el Monumento todo el tiempo que le es posible.

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR: el ambiente monacal de silencio denso ayuda a concentrar la atención en la Pasión-Muerte de Cristo. Con una perspectiva clara de la Resurrección, tal como lo expresan los textos litúrgicos. Aunque se realiza el ejercicio del VIACRUCIS, de modo solemne y prolongado, la ACCIÓN LITÚRGICA DE LA CRUZ es el centro de la celebración y de este día sacrosanto.

Adorar la santa Cruz, expresar el amor, dolor y agradecimiento a Jesús con un beso es más que un gesto o rúbrica. “Por el madero ha venido la salvación al mundo entero”, cantamos en la adoración. Sabemos que la cruz fue el camino de Jesús a la nueva existencia, y por eso “tu Cruz adoramos, Señor…”

SÁBADO SANTO: Este segundo día del Triduo está en el mismo corazón del Triduo Pascual. Es un día “alitúrgico” en cuanto a sacramentos, pero no en cuanto a oración. Es el día del silencio para profundizar, para contemplar. Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. La Comunidad contemplativa vela junto al Sepulcro. Callan las campanas. La Cruz sigue entronizada desde ayer, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. El sagrario, abierto y vacío.

Leemos en la Carta Circular nº 73: Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su resurrección”.

La Liturgia de las Horas nos orienta a la actitud de este día de meditación y silencio, pues los textos expresan bien el misterio del santo Sábado, reflejando vivamente la confianza en Dios y la esperanza en la resurrección. Y todo ello con María, la Madre del Redentor.

VIGILIA PASCUAL: Llegamos a la noche más significativa del año, la noche más cargada de sentido. Es una noche en vela, una vigilia.

Recordamos el “paso” de Dios en la historia de su pueblo, el “paso” de Israel a través del mar Rojo a la tierra prometida, el “paso” sobre todo de Cristo a la nueva existencia. Todo ello aplicado ahora a la Iglesia de Cristo, y se celebra mistéricamente en las Lecturas y en el Bautismo y en la Eucaristía, para que cada cristiano “pase” de la muerte a la vida y del pecado a la gracia.

Al igual que los judíos le daban a esta vela nocturna un tono de espera mesiánica, también la Comunidad contemplativa vive esta noche privilegiada con una clara tensión escatológica: vela la noche esperando a su Esposo, que vendrá, sobre todo, en la Eucaristía de esta noche.

La vigilia pascual nocturna de los judíos era figura de la futura Pascua auténtica de Cristo…,”en la cual, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo (pregón pascual).

La estructura actual de la Vigilia es fruto de sucesivas evoluciones, y podríamos mencionarla así: El lucernario, la Pascua cósmica; la liturgia de la Palabra, Pascua de la historia; los ritos bautismales, Pascua de los neófitos; la liturgia eucarística, Pascua de los fieles.

Hay que tener presente que el rito del Lucernario es preparatorio. Con ser tan bello y sugerente el canto del pregón pascual “Exultet” no anuncia que Cristo ha resucitado. Esto será al proclamarse oficialmente la resurrección con el canto del Evangelio.

El Cirio, que se inciensa y se le coloca en lugar destacado, sí que es un hermoso símbolo de Cristo Resucitado. Él proclamó “yo soy la luz del mundo: el que me sigue no anda en tinieblas”.

LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA. Esta es la parte más antigua de la Vigilia. Las lecturas tienen una coherencia muy cuidada, y se presentan como una clave para entender a Cristo Jesús y su misterio, y para entender toda la historia desde Él. El paso del Antiguo al Nuevo Testamento se señala ahora con más luces, más flores, el sonido alegre de las campanas y el canto del Gloria. La Comunidad en pie, escucha y luego repite el solemne ALELUYA. Y resuena la proclamación del Evangelio de la Resurrección.

EL BAUTISMO Y LAS PROMESAS BAUTISMALES. El mismo misterio de la Pascua de Cristo que nos han proclamado las lecturas, lo celebramos ahora con los signos sacramentales. La noche de Pascua es el momento en que más expresividad simbólica puede tener el Bautismo, el sacramento en que nos incorporamos a Cristo en su paso de la muerte a la vida. El Bautismo expresa sacramentalmente la Pascua de Cristo, su muerte y resurrección, por medio del gesto simbólico de la inmersión en el agua.

Cuando no se realiza el gesto sacramental del Bautismo, se hace la renovación de las Promesas para los bautizados, teniendo éstos de nuevo las velas encendidas en las manos. Todo converge en lo mismo: nuestra sintonía con Cristo en su muerte y resurrección, y recordando que la gracia bautismal, es también gracia pascual.

LA EUCARISTÍA PASCUAL. La Comunidad, iluminada por la Palabra, rejuvenecida por el agua bautismal, se sienta ahora a la mesa festiva de la Pascua, en que su Esposo se da a sí mismo como alimento.

Nos dice la Carta Circular en los números 90 y 92: “La celebración de la Eucaristía es el punto culminante de la Vigilia porque es el sacramento pascual por excelencia, memorial del sacrificio de la cruz, presencia de Cristo resucitado, y pregustación de la pascua eterna” (nº 90). “Es muy conveniente que en la comunión de la Vigilia pascual se alcance la plenitud del signo eucarístico, es decir, que se administre bajo las especies del pan y del vino” (nº 92).

La alegría es desbordante. Resuenan los ALELUYAS y cantos pascuales. Y, cómo no, el canto del “Regina caeli” a la Madre del Resucitado.

También cabe bien, al finalizar la celebración, un ágape fraterno para prolongar en clima familiar el gozo de la Comunidad por la fiesta que celebra.

DOMINGO DE PASCUA: El Domingo, como sabemos, es el tercer día del Triduo Pascual, y a la vez el primero de la Cincuentena Pascual, prolongación de la Pascua durante siete semanas.

La oración colecta exclama jubilosa: “en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte”. Y en la oración sobre las ofrendas se afirma que estamos “rebosantes de gozo pascual”.

Así pues, la alegría pascual por el Señor Resucitado debe manifestarse en mil formas, comenzando por el saludo a las personas e incorporando elementos festivos en la vivencia de “este Día que hizo el Señor…”.

En verdad que: “La Misa del día de Pascua se debe celebrar con la máxima solemnidad” (Carta Circular 97).

El Cirio, que estará encendido durante toda la Cincuentena, debe aparecer en este Domingo de Pascua ben adornado y destacado. Lo que la Palabra va proclamando con su lenguaje, lo va diciendo también, con su lenguaje propio, humilde, el Cirio encendido.

Al rito de la aspersión bautismal, le sigue el canto gozoso, explosivo,  del  Gloria. Y antes del Evangelio se canta la hermosa  Secuencia “Victimae paschali” que el Coro de las hermanas ha ensayado  con ilusionado fervor… Y, por supuesto,  se da un especial  relieve al ALELUYA.

Al igual que en la Vigilia pascual, la Comunión bajo las dos especies cobra en esta Eucaristía del Domingo mayor sentido. Finalmente, a la despedida se le da un tono más festivo con el canto del doble ALELUYA y un expresivo deseo de ¡felices Pascuas!

Las VÍSPERAS, con su sentido peculiar muy rico, ayudan a concluir más expresivamente el TRIDUO PASCUAL

Celebrar en profundidad el TRIDUO PASCUAL lleva a la Comunidad contemplativa a vigorizar su fe en Cristo, y nos invita a una vida renovada y pascual. ¡ALELUYA! ¡ALELUYA!  ¡ALELUYA!