CAMINAR POR UNA VIDA ARRAIGADA EN DIOS

CAMINAR POR UNA VIDA ARRAIGADA EN DIOS

            La dinámica de crecimiento nos configura desde el instante mismo de la concepción hasta el último suspiro de nuestra vida. Toda nuestra vida es un proceso de crecimiento como mujeres, creyentes y contemplativas. Así lo expresa el poema de un embrión: “Trabaja el silencio y la oscuridad hasta que se conviertan en música y luz. Sin prisa”…

     “Cada hermana… continúe diligentemente durante toda su vida, la propia formación” CC: GG: 165 En fe, confiando en Aquél que Está, en seguimiento a Jesús que es quien consolida mi fe, en sus manos: “Como barro en manos del alfarero” Jr. 18,6, asintiendo y consintiendo Cf. Lc. 1, 38. El camino es largo y paciente, con conciencia de que nunca llegamos a realizar el “sueño de Dios”. Siempre en relación, en movimiento que hoy llamamos “proceso personal y comunitario” con la mirada en Jesús, en el Evangelio. Fijos los ojos en EL que nos hace personas, hermanas dialogantes y acogedoras de toda realidad especialmente de la realidad más doliente; todo ello siendo compañeras y acompañantes “acogiendo y acompañando la vida” Centradas en la realidad y descentradas de toda banalidad; en continuo discernimiento, teniendo en cuenta los criterios del desarrollo humano y las reglas del Espíritu.

     En comunión, en comunidad “llamadas a un mismo camino de seguimiento, la comunidad concepcionista configura toda la dimensión de la persona” trabajo, estudio, oración personal y litúrgica, dimensiones que nos conectan directamente con el encargo de Dios de “ser fecundos y multiplicaos”; compartiendo la Palabra en la vida, abriendo nuestro corazón y nuestra vida comunitaria a las “periferias existenciales”. Con paciencia de semilla que: «Mira hacia atrás y comprende que el camino también cuenta, que no será más semilla, que ahora sabe que ya es ella” Pues: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo, pero si muere da mucho fruto” Jn. 12, 24.