Epifania del Señor

Epifania del Señor

La Epifanía, gran solemnidad que celebramos el 6 de enero de cada año, dentro del contexto de la Navidad. Dios se nos ha manifestado, se nos da por entero. Porque “El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brillo…” (Is 9,1)

En el devenir de la vida andamos, a veces, en la oscuridad, andamos cabizbajos y he ahí, que Dios sale al encuentro del hombre sumido en sus flaquezas, en sus distracciones…Y Dios se manifiesta por medio de su Hijo, con su luz para iluminar el sendero, para iluminar la vida, siendo Él mismo la Vida.

“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres…” (Tito, 2, 11ss)

 En la Epifanía celebramos que Cristo es para todos. Ya no es para un pueblo en concreto, ni para una tribu especial o una raza de élite…Dios, con su ráfaga de luz amorosa irrumpe, en nuestra historia por medio de Cristo:  Dios es de todos y para todos. Esta es la buena noticia que se nos ha manifestado, y se nos ha comunicado.  Esta es la gran noticia que retumba y resuena en cada rincón del universo, en cada corazón. Suena con la misma intensidad en el Norte como en el Sur; en el Este como en el Oeste. El Amor de Dios llega a todos los lugares. Dios es así de Bueno y de Grande en Islandia y en Patagonia; en Ucrania y en Kenia…Esto es lo que festejamos.  “El Amor de Dios ha sido derramado en todos los corazones”. Ha salido a la luz todo su Amor.

Dios se nos manifiesta de muchas maneras y desde variado contexto. Porque su luz alcanza y abarca todas las situaciones y circunstancias de cada hombre. Alcanza hasta los confines de la tierra. Esta manifestación resuena en nuestro ser más profundo, donde le podemos contemplar con los ojos de la fe como Salvador. Podemos contemplarlo en el Hermano de cerca y en el Hermano de lejos. Desde un extremo del orbe al otro…el Salvador viene a rescatar a todos y todas las situaciones de esclavitud, egoísmo, opresión, violencia, prepotencia, vulnerabilidad, indiferencias…en medio de nuestro barro se manifiesta una voz: levántate, soy tu salvación.

Y lo experimentamos como Gloria, en toda su Gloria; se nos manifiesta, en su gloriosa y misteriosa Presencia, luz gozosa que se va revelando, va apareciendo en nuestras vidas, según va amaneciendo; según vamos despertándonos del sueño de la indiferencia, del letargo de la monotonía, de la mediocridad, del pecado. La gloria, en un grito unánime nos despierta, nos espabila, nos abre los ojos para ver y percibir la novedad del Evangelio, el gran mensaje del Amor.

 Cuando dejamos de jugar y soñar con las estrellitas y seguimos la Estrella luminosa en fe y en crecimiento día a día, nos conduce hasta el pesebre del Niño. Brota alegría la inmensa que inunda de paz y felicidad nuestros pequeños vacíos.  Nos desborda, nos desnuda, nos despoja entonces surge la humilde adoración. Nos postramos ante es Niño manifestado. Reconocemos su grandeza, se nos evidencia nuestra pequeñez. Esta adoración no nos deja indiferentes, no nos quedamos solo admirados y asombrados, sino que nos coloca en fe desnuda, y se abren, sin forcejeo, los cofres, y ofrecemos lo mejor de nosotros mismos, ofrecemos nuestra mismidad; nuestra nada y nuestro todo. Ofrecemos el corazón, ofrecemos el ser, damos todo, nos damos del todo. Y en esta ofrenda de amor percibimos que todo lo que damos, todo lo que nos damos, todo lo que germinamos y crecemos nos viene precisamente de la fuerza de ese Sol que nace de lo alto. Y se activa nuestra capacidad de acoger en gratuidad.