INMACULADA  CONCEPCION

INMACULADA CONCEPCION

“Viendo el rostro de María podemos ver mejor que de otras maneras la belleza de Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos percibir realmente la luz divina”. (Benedicto XVI)

 “Santa Beatriz fundó la Orden de la Inmaculada Concepción para el servicio, la contemplación y la celebración del misterio de  María en su Concepción  Inmaculada.” (CCGG art.9&1) 

Al celebrar esta gran Fiesta que llena de gozo y esperanza nuestro corazón como concepcionistas, celebramos a Dios que hizo esta maravilla de Mujer para iniciar el camino de gracia y salvación para la humanidad. María es una mujer llena de Dios, por ello esta cita del papa  Benedicto -que ya contempla ese rostro de Dios y de María- nos hace mirar  la belleza de Dios en ese rostro humilde de su Madre. Ella es la mujer vestida del sol, llena de luz y radiante hermosura por la gracia de su Inmaculada Concepción. Si nuestra vocación es para el “servicio, contemplación y celebración” de este Misterio admirable… ¿Cómo celebrar esta fiesta? ¿Cómo contemplar ese rostro que refleja a Dios y cómo hacer de nuestra vida un “Servicio” total a nuestro Dios, como lo hizo María?  “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí” en un Fiat que llenó toda su vida, desde la Anunciación hasta el Calvario.

Celebrar pues la Inmaculada es contemplar  a esta Mujer vestida de luz, llena de fe y esperanza, con un corazón que sólo vivió para su Hijo y el Reino que anunciaba y que sigue viva y operante en la Iglesia de la que es Madre y Maestra, Mediadora ante Dios por esta humanidad tan necesitada de Gracia y salvación.

Por ello la bendecimos  con el corazón de la Iglesia: “¡Bendita  eres, llena de gracia!” y  al decirlo estamos contemplando el icono de  nosotras mismas y de cada hombre y mujer que descubre en esa Mujer Bendita entre todas las mujeres, la vocación a que hemos sido llamados por Dios.

Celebrar la Inmaculada es compromiso de vivir en el corazón del mundo el misterio de la Gracia, a hacer presente a María hoy en cada monasterio, como una luz de Dios que atraiga a los hombres hacia Él.

“Siendo esclavas del Señor como María, proclamemos en actitud contemplativa la soberanía absoluta de Dios y desde nuestra contemplación, que es nuestro apostolado, ilustremos al pueblo de Dios, le movamos con nuestro ejemplo y lo dilatemos con esa misteriosa fecundidad apostólica, haciendo presentes el cielo nuevo y la tierra nueva, donde María está en cuerpo y alma.  (CCGG art. 15)