Es decir, se recuerda de manera solemne que, un día como hoy, la historia de la humanidad cambió de curso radicalmente. Dios Todopoderoso invitaba a una humilde doncella de Nazaret, la Virgen María, a cooperar en su plan salvífico: Ella será la madre de su Hijo unigénito, el Señor Jesús.
A la propuesta divina, la «Llena de Gracia» responde con un valiente y generoso «¡Sí!» (cf. Lc 1,26-38). Y desde ese preciso momento las puertas del cielo empiezan a abrirse nuevamente y la amistad entre Dios y el hombre, quebrada antaño por el pecado, quedará restablecida.
Por ese ‘sí’ la Virgen quedará encinta por obra del Espíritu Santo, y será elevada a la condición de Madre de Dios. Llevará a Jesús en el vientre: será primero abrigo y protección, y después la encargada de educar a Aquel que es salud del género humano.
‘‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible’. María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel» (Lc 1,35- 38).
El Evangelio de hoy (cf. Lc 1,26-38) recuerda el diálogo del mensajero de Dios con la Virgen. No hubo imposición, hubo libertad. María pudo haber rechazado al ángel -aunque la salvación del mundo se pusiera en riesgo-. Sin embargo, la «Bendita entre las mujeres» aceptó con amor y generosidad.
No en vano, Dios esperaba y confiaba en María. «Hágase en mí según tu palabra», contesta Ella; y así se produce el más grande de todos los milagros: la Encarnación de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Este hecho histórico constituye la auténtica irrupción del Amor infinito en la historia de la humanidad, cuyo significado y repercusiones serán siempre incalculables.
En el pasaje bíblico correspondiente a la narración del encuentro de la Virgen con el ángel, es claro también que el camino que se le mostraba a la Madre de Dios no iba a ser fácil. En ese momento, María estaba comprometida con José y ya había un «plan trazado» para ella y su futuro esposo. No resulta difícil pensar, en consecuencia, que ese plan tendría que ser dejado de lado y que muchas dificultades e incertidumbres habrían de aparecer.
Muy pronto, José, sorprendido por lo que María le contaba, decidió repudiarla en secreto, intentando en la medida de lo posible no avergonzarla frente a todos. María, por su parte, tendría a su Hijo mientras se aferraba a la Providencia de Dios aunque todo se pusiese en contra.