Triduo Pascual

Triduo Pascual

Una cena, un huerto, una cruz y un sepulcro vacío

Todos los años, al celebrar el amor más grande de Dios Padre al entregarnos a su Hijo para nuestra salvación, brota de lo más profundo de mi ser el asombro y el agradecimiento. Cuarenta días que preceden la vivencia renovada de su amor, cuarenta días preparando el corazón a la apertura y a la salida. Salida para agradecer, bendecir, alabar y anunciar.

La última cena del Señor, cargada de emociones, de amor hasta el extremo, de encuentro, de mirada y enseñanza. El maestro y Señor, despojándose de su señorío y ciñéndose el delantal para lavarnos los pies, el maestro que confronta en nuestras resistencias:  “si no te lavo, no tienes parte conmigo”, el que nos invita hacer lo mismo, a estar siempre dispuestas a levantarnos, despojarnos de los poderes e intereses que nos alejan de las hermanas para servirles, porque el maestro y Señor nos ha dado ejemplo y la buena noticia es que experimentamos la bienaventuranza de ser dichosas cuando hacemos lo mismo.  Cena que me hacer vibrar con la valentía del maestro, la libertad que deja al otro para hacer lo que quiere, “Lo que vas a hacer, hazlo pronto”  Un maestro que consuela con sus promesas, nos prepara un lugar, nos muestra el camino a seguir, promete su Espíritu, deja su paz y el mandamiento de amar como él nos ama. Cena hecha alianza, hecha eucaristía, pan partido y repartido para todos.

El huerto y la cruz, la experiencia de Jesús a punto de morir, me hace encontrarme con un Jesús angustiado, descubriendo que Jesús tenía miedo a la muerte, que no deseaba morir. Pienso que su oración insistente e intensa le hizo aceptar morir, porque el morir era aceptar el valor de su vida, le iban a matar por haber vivido intensa y apasionadamente el comienzo del Reinado de Dios. Jesús acepta la muerte, entendiéndola como voluntad de Dios, porque tenía una vida detrás, se sentía vivo. Mirándole a él en esos momentos de miedo, angustia y debilidad, me ayudan siempre a superar mis angustias y miedos. Miedo a perder la propia imagen, miedo a perder vínculos afectivos, miedo a la soledad, miedo a la pérdida de prestigio, de poder y de roles, miedo a morir, en definitiva. Jesús en su experiencia de vida y muerte, enfrenta los grandes miedos humanos. Me enseña cuáles son y cómo desafiarlos. La experiencia de la angustia y de la muerte, una vez superado el miedo a vivirla, es, paradójicamente, liberadora y fuente de libertad interior. He aprendido que el sufrimiento no es sinónimo de destrucción, es posible morir para vivir. No se vive a fondo si no se acepta el dolor, la frustración, la angustia. Es la experiencia pascual.

El sepulcro vacío,  ángeles anunciando la buena noticia; “No está aquí, ha resucitado”, Pascua liberadora, paso de Dios en nuestra vida. Fruto de ese grano que muere para dar vida. Pascua de Resurrección y de vida que late, incomprensiblemente, en toda muerte.

Un día escuché a una mujer, explicar a su hijo lo que significaba la gran noche de la vigilia pascual. El niño le preguntaba a su madre qué se esperaba en esa noche, por qué estaban vestidos como para ir a una fiesta, por qué había tantas flores y luces… Su madre le dijo: Hijo, esta noche es muy importante para todos los cristianos, es el paso de Dios en nuestras vidas. Cuando me casé con tu padre, él ingería mucho licor y me maltrataba, y ante tal sufrimiento, me cerré a la vida y al amor, dije: nunca tendré hijos. Y en una noche como esta, pasó el Señor en mi vida y me abrí al amor y a la vida, y gracias a una noche como esta, estás hoy tú aquí con tus nueve hermanos.  Aconteció la Pascua, resituando toda vivencia de valores cristianos y valores humanos, cambiando la mirada sobre la realidad, capaz de entregar la vida  para engendrar vida.