¡Ven, Espíritu Santo!

La Iglesia celebra estos días la fiesta de Pentecostés. La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo, por ello celebramos este gran acontecimiento como colofón del tiempo Pascual, en el que hemos venido alegrándonos por la Resurrección de Jesucristo.

El Espíritu Santo está presente a lo largo de toda la economía salvífica, actuó en la creación, impulsó a los profetas, fue enviado para santificar el seno de la virgen María, acompañó a Jesús a lo largo de su vida terrena. Será el Espíritu quien fecunde también las entrañas de la Iglesia naciente para dar a luz a los hijos que acogen la vida divina que nos trae Jesús como el mejor de los dones.

Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abba, Padre… La experiencia filial solo es posible bajo la unción del Espíritu, que conoce lo íntimo de Dios.

Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento, ya que ambos son diferentes, pero inseparables en la economía de la gracia.

Las hermanas concepcionistas, desde nuestra misión contemplativa de intercesión, estamos llamadas a dejarnos llevar por el Espíritu, que es nuestro guía y defensor. Él nos enseña a orar al Padre, en comunión con Jesús, por la humanidad.

Nuestra vocación concepcionista nace y es sostenida ante todo por esa experiencia de Dios que es sentirse amada por Dios Padre, estar con Jesús y dejarse conducir por el Espíritu. Tiene su fundamento en la forma de vida que el Espíritu Santo inspiró a Santa Beatriz, expresándose en su decisión de abandonar la vanidad del siglo abrazando una vida escondida. De su fidelidad al Espíritu nació la Orden de la Inmaculada Concepción. El Padre nos llama, el Hijo nos desposa, el Espíritu Santo va formando en nosotros la imagen del Hijo en consonancia con la Voluntad del Padre.

La Sierva de Dios Ángeles Sorazu dejó en sus escritos un amplio testimonio de su amor y experiencia del Espíritu en su vida. Habla con  Él, le siente presente, experimenta su acción en ella: Vi a Dios Padre y a Dios Verbo en la divina Persona del Espíritu Santo, Vi al Espíritu Santo bajo la forma de la belleza increada y creadora, el tesoro de todas las riquezas de la divinidad. Estaba en actitud de comunicarse a las almas e infundir en ellas sus dones.

Hoy vemos que el Espíritu Santo es el que nos une al Padre y al Hijo, el que enseña todo, el que nos recuerda todo lo que dijo Jesús, el que nos enseña el camino y la verdad. Él ilumina nuestros ojos para que podamos ver la obra de Dios en nuestra vida. Para seguir a Jesús necesitamos la inspiración del Espíritu, que nos hace gustar al Hijo y nos une con Él. Cada uno de nosotros somos templo del Espíritu Santo, Él habita en mí y yo en Él.

  1. Sorazu nos invita a orar a María para asemejarnos a ella en sus relaciones con el Espíritu Santo, con estas palabras: Inculca tu vida en mi alma, extiende a mí tus relaciones divinas, repite en mí tu historia, quiero ser como Tú, Madre mía.

Las hermanas concepcionistas estamos llamadas a ser “otra María”, asemejarnos a Ella en su relación con el Espíritu Santo, así vamos avanzando hacia la unión con Jesús ya que el Espíritu Santo afianza nuestra relación con Jesús y con el Padre, haciéndonos intercesoras por la humanidad.

Hnas. De Formación inicial

Monasterio de “La Concepción”. Valladolid